¿Qué contestarías a esta pregunta? ¿Podrías asegurar rotundamente que sí sabes lo que comes? En una época en la que curiosamente dicen que lo que comemos está más controlado que nunca, la respuesta ya te adelantamos que no puede ser rotunda: no sabemos lo que comemos, creemos saberlo que son dos cosas muy distintas.
Aunque la tendencia está cambiado hacia una sociedad que prioriza la calidad al precio, no es menos cierto que en la práctica, y debido a muchas circunstancias, se mira el precio ignorando en muchos casos lo que viene en la etiqueta. Un error en el que parece que vamos cayendo cada vez menos.
El precio, la carne ecológica y lo que esconde la industria
Se trata de un tema de alta sensibilidad y que preocupa. Son muchos los reportajes en medios escritos, revistas científicas o programas de televisión los que han abordado el tema a lo largo de los años. Llama la atención algunos formatos que, pese al tiempo transcurrido, su contenido es de máxima actualidad. Prueba de ello es uno de los reportajes del programa de Canal Sur 75 minutos, que os dejamos al final de esta entrada para que podáis verlo completo, en el que se ponía sobre la mesa varios aspectos de suma importancia relacionados con este tema que, casi diez años después, sigue siendo actualidad.
Pollo de granja convencional o pollo ecológico.
La condición ecológica de la carne queda manifiesta más allá del precio. No son muchos los establecimientos los que ponen al alcance del consumidor estas dos variantes que se diferencia a primera vista en el precio y en el color. ¿Sabríamos decir qué otros aspectos se esconden tras esos euros de diferencia?
La alimentación y el tiempo de crianza son dos de las grandes diferencias, en este caso, entre una carne industrial y otra eminentemente ecológica. Nutrientes, crianza, alimentación y la garantía de ausencia de químicos en el desarrollo del pollo, son solo algunos de los motivos por los que la decisión siempre debería inclinarse hacia el animal criado de manera ecológica.
El hecho de que el sabor sea diferente no es un aspecto casual. La intensidad del sabor y la diferencia en la textura de un pollo ecológico con respecto a otro de granja convencional también es fruto de una crianza que en el primero de los casos tiene una duración de 90 días con salida constante a campo y pastoreo, mientras que en el segundo apenas de 45 días y estabulado. Un periodo en el que los animales incluso, y según aseguran los propios granjeros, sufren accidentes vasculares debido al exceso de peso y a la falta de libertad de movimiento.
En ese reportaje al que hemos hecho referencia, se ponía de manifiesto con respecto a este tema los duros controles a los que son sometidos los productores de pollos ecológicos, donde se controla todo el proceso y se certifica por una empresa externa, para garantizar esa crianza 100% natural. Una crianza que contrasta con la de los pollos de granja convencional en todos los sentidos, según asegura el propio Francisco Campos – fundador de Campos Carnes Ecológicas- en el propio programa en 2011.
Llegados hasta aquí, preguntamos de nuevo: ¿Sabes o estás seguro de qué es ese pollo que comes? Ya sabemos que la respuesta ha variado sustancialmente.
Las verduras, las grandes producciones y lo ecológico
Respecto de la verdura en concreto se trata de calidad, de color y de sabor. Así queda de manifiesto en el reportaje al que hacemos referencia en el que se señala que, aunque de peor aspecto, los productos de la huerta son más caros pero están dotados de sabor y del color, imprescindibles aspectos en estas materias primas.
Por otra parte, el incremento del precio de estas frutas y verduras se debe a las condiciones del cultivo para que cuenten con esas características tan apreciadas en la gastronomía y en la dieta mediterránea. Además, no solo los propios procedimientos sino los herbicidas y abonos ecológicos son otras de las razones por las que deberíamos tomarnos la molestia de saber qué fruto o qué verdura estamos llevando hasta nuestra mesa.
El pescado no escapa a la discusión piscifactoría vs salvaje
De nuevo se pone sobre la mesa la diferencia de sabor y de nutrientes de unos frente a otros. No puede ser jamás lo mismo un pescado criado en libertad y alimentado en su hábitat natural que uno de piscifactoría. La frescura, la alimentación, la crianza son algunas de las diferencias entre ambos, por no hablar de la celeridad para el crecimiento aplicada en las piscifactorías.
Los pescadores añaden a las opiniones al respecto por parte de los pescaderos -quienes hablan de las bondades de los salvajes frente a los de piscifactoría- la dificultad que supone la pesca de determinadas especies. Si se consume más pescado criado en cautividad frente al salvaje es por la diferencia de precio.
Volvemos a hacer la pregunta: ¿Sabemos lo que comemos? Repasado todo este post, está claro que no siempre nos paramos a pensar qué es lo que estamos llevando a nuestra mesa cuando incluso a veces son productos que contienen químicos y tóxicos. Una cuestión que al menos si no invita a cambiar de hábitos de manera inmediata, sí a reflexionar.
Aquí tenéis el vídeo del que os hemos hablado para que podáis verlo completo: